jueves, 11 de noviembre de 2010

B. F. S K I N N E R


Skinner es el psicólogo estadounidense más destacado del siglo XX y tal vez el más mportante del mundo desde Freud, o junto con él. Su primer libro, The behavior of organisms [La conducta de los organismos] (1938) marcó un hito y originó una nueva ola de conductismo.
Durante los cincuenta años que siguieron a la publicación, Skinner sometió sus teorías a elaboraciones, críticas y reelaboraciones sucesivas. Ningún problema resultaba demasiado vasto ni excesivamente estrecho para su mente observadora y analítica.

Skinner y la educación

En su autobiografía, obra en tres volúmenes de un millar de páginas, Skinner habla de cada una de sus grandes empresas intelectuales. Tras una breve reseña de su propia formación que él oponía a ciertas ideas expuestas en Walden two, dedica varios párrafos a los problemas de la educación de sus hijas. Molesto por la cantidad de deberes que exigían a su hija mayor, escribió un día al director de la escuela. Luego evoca una jornada decisiva: “El 11 de noviembre de 1953 di un paso positivo. Era el Día del Padre en Shady Hill, y junto con otros padres de familia estaba sentado en el fondo del aula asistiendo a una clase de aritmética de Debbie que por entonces cursaba el cuarto año. Los alumnos estaban resolviendo un problema escrito en el tablero. La maestra caminaba por los pasillos, mirando cómo trabajaban y señalando de vez en cuando un error. Algunos terminaron enseguida y permanecieron ociosos e impacientes. Otros, cada vez más frustrados, hacían esfuerzos. Por último, se recogieron las hojas que la maestra debía llevarse a su casa, corregir, puntuar y devolver al día siguiente”


En la mejor tradición de acotaciones interpretativas de la investigación cualitativa, Skinner
proseguía así: “De pronto, me di cuenta de que había que hacer algo. Seguramente sin proponérselo, la maestra contravenía dos principios fundamentales: no se decía a los alumnos inmediatamente si su trabajo era correcto o no (un examen corregido y devuelto 24 horas más tarde no podía actuar como refuerzo) y a todos se exigía el mismo ritmo, sin tener en cuenta ni su nivel ni su capacidad”.
Tras formular un par de comentarios, prosigue: “Unos días después construí una máquina
de enseñar” Considerando en esta cuestión bajo la perspectiva de las posibilidades de refuerzo y de la manera de presentarlos, Skinner inició la construcción de máquinas de enseñar, que pronto daría nacimiento a la enseñanza programada. De aquella época data su fórmula para describir la conducta del alumno: “Más que seleccionar las respuestas, el alumno las compone”


Si se dejan de lado las imágenes estereotipadas sobre Skinner, el maestro-experimentador
con sus “cajas”, sus ratas blancas y sus palomas, y se lo sitúa en la posición y la perspectiva de un docente que hace investigación cualitativa orientada a la acción con vistas a mejorar su propia enseñanza y el aprendizaje de sus alumnos, se descubrirá a un pedagogo ocupado en problemas concretos, imaginando enfoques innovadores y tratando luego de conceptualizar su trabajo. Veamos esta descripción tomada de A matter of consequences [Una cuestión de  onsecuencias]: “Se podría enseñar el salto de altura simplemente elevando la barra un milímetro después de cada buen salto. Una vez programé una conducta verbal con un método similar, cuando Debbie (su hija) llegó a casa con unos 20 ó 30 ejercicios de aritmética cuyo objetivo era hacerle asimilar la equivalencia de distintas expresiones para una misma operación.
Debbie debía sumar, por ejemplo, cuando leyera: “... y ... son”, o “... más ... igual a” o “... sumado a ... igual a”. En los espacios blancos había cifras de dos o tres dígitos y, preocupada por hacer un cálculo correcto, no comprendía lo esencial de la equivalencia. Escribí las expresiones con tinta en una cuartilla e introduje las cifras 2 y 3 en los espacios, con lápiz.
Debbie no tuvo dificultad alguna con “2 y 3 son”, “2 más 3 igual a” o “2 sumado a 3 igual a”. Era evidente que sabía lo que significaban las expresiones. Luego borré los números y escribí otros ligeramente superiores, con los que tampoco tuvo el menor problema. Al cabo de dos o tres sustituciones, resolvió la tarea original sin ningún esfuerzo” (1983, pág. 95.).
“No comprender lo esencial” es una frase que podría utilizar cualquier profesor. Skinner traduce eso en términos conductistas e imagina tácticas para corregir la situación y “el malentendido”. De paso, Skinner presenta otros ejemplos e introduce una serie de conceptos útiles para un profesor que trate de ayudar a sus alumnos a aprender: dar un modelo, condicionar la conducta, dar un estímulo, “soplar” una parte de la respuesta, borrar o hacer desaparecer poco a poco la palabra o el texto que debe retener. Si el maestro dispone ya de una amplia gama de estrategias y tácticas de enseñanza, estará siempre buscando elementos complementarios que agregar a su repertorio intelectual y práctico. Skinner parece dar pruebas de la misma imaginación en la búsqueda de esos nuevos elementos.


Una premisa básica es que el entorno del individuo –los estímulos exteriores–controla su conducta. Tal vez más controvertida, tanto desde el punto de vista de la coherencia interna de su propia concepción como en el debate con otros psicólogos y especialistas, era la función del “yo” en su argumentación. A veces descartaba cualquier noción de estructura de la personalidad o de sistema de hábitos para no creer más que en el medio, fracturado en una serie estímulos, y la conducta analizada por medio de las respuestas.


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